Pausa en la tarea de plantar aromáticas para decidir cuál va ser vecina de cuál. Así que, todo el mundo se acercó a la carpa donde, en previsión de posibles lluvias estaba resguardado el chocolate, delicia festiva anticipo de las fiestas y aporte de calor en la mañana de diciembre.

Arremolinada como abejitas en torno al panal, la chiquillería iba y venía con su vaso de chocolate y sus bizcochos en la mano, unos se sentaban en las alfombras que se habían dispuesto sobre el suelo, otras se quedaban de pie, pero todo el mundo expectante porque algo divertido iba a pasar pues se había anunciado un cuentacuentos a carga de Roberto Mezquita. Pero antes, se desveló el gran misterio de la Saturnalia. Que si era una fiesta romana, que si el Cristianismo hizo coincidir el nacimiento de Jesucristo con las fechas de esta fiesta que era la más querida por el pueblo romano y adaptó alguna de sus costumbres como la de celebrar grandes banquetes, que si ya entonces se adornaban los árboles. Seguro que hubo quien pensó ¡vaya, cuántas coincidencias!

Para celebrar el solsticio, como los Romanos solían hacer, nuestros regalos de Saturnalia fueron plantas y velas. Cada niño pudo llevarse su col para cuidarla y adornar su casa y luego traerla para plantarla en el solar en primavera.

A continuación, Roberto Mezquita hizo disfrutar a las personas presentes adultas y menudas, con su encantador espectáculo y su acordeón. Se oyeron risas, respuestas rápidas y otras más contenidas. Se vieron caras de entusiasmo, de sorpresa. Mientras allá enfrente, Juego de troncos organizaba la nueva vida. Y no llovía.

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