El pasado 9 de julio tuvo lugar una de las reuniones mensuales de los equipos creativos de Imagina Madrid. En los anteriores encuentros, las presentaciones y primeros contactos entre equipos, así como cuestiones prácticas y logísticas, fueron los contenidos que ocuparon la agenda. Sin embargo, en esta última hemos podido comenzar a compartir las inquietudes, reflexiones y análisis que surgen en el desarrollo de cada uno de los proyectos. Estas reuniones han sido pensadas como espacios para la articulación de saberes comunes alrededor de las prácticas en las que nos encontramos inmersas. En esta primera surgieron inquietudes alrededor de la colaboración y la propuesta metodológica del programa Imagina Madrid, de la participación ciudadana y de los futuros que comenzamos a vislumbrar para cada uno de los proyectos. Cristina Peralta, colaboradora de Imagina Madrid, comparte con nosotras estas reflexiones acerca de lo conversado en el encuentro:

Al contrario de lo que se pensaba, ni el uso de herramientas, ni la resolución de problemas, ni el sentido de justicia, entre muchas otras habilidades, nos diferencian como especie de otros seres vivos complejos. Sin embargo, la posibilidad de imaginar aquello que todavía no existe, y de relacionarnos conceptual y emocionalmente con ello como si lo hiciera, parece ser una de las pocas capacidades exclusivamente humanas. A pesar de esto, no es infrecuente observar que mucha gente muestra una cierta suspicacia respecto al valor de la imaginación para nuestra vida cotidiana, al considerarla como una forma de ensoñación que nos aleja de la realidad.

¿Cómo podríamos hacer visibles los procesos de la imaginación? ¿Dónde buscar la huella que deja en nuestras vidas? Los encuentros que mantenemos mensualmente con todos los equipos de artistas que hacen posible el programa, y el relato y las reflexiones que nos ofrecen acerca de sus experiencias en entornos tan materialmente distintos de ciudad, suponen para nosotros un retorno muy valioso a la hora de explorar las respuestas a estas preguntas. Son también la ocasión para la autorreflexión y la autoevaluación de un programa que se ha definido desde el principio como un proceso experimental en sí mismo, tanto en sus resultados, como en su metodología y en su forma de implantarse. El espacio para una imaginación que se imagina a sí misma.

¿Qué tipo de agente cultural conforma la ciudadanía?¿Qué poder detenta y cuál podría detentar? ¿Puede ocupar el artista un rol social revolucionario en nuestros días o estamos cayendo en mitos pasados? ¿Bajo qué condiciones y tiempos podemos plantear el arte como una herramienta de transformación social? ¿Está preparada la administración para hacerse cargo de este tipo de procesos? Esta lista de interrogantes recoge sólo algunos de los temas que surgieron durante la reunión del pasado 9 de julio en la sede de la Asociación gastronómica Ajoblanco. No obstante, las reflexiones sobre el legado que son capaces de dejar los proyectos en sus lugares de intervención reaparecieron significativamente durante toda la sesión.

Mientras algunos grupos planteaban que la solución pasa por la creación de una nueva iconografía que dé cuenta de esos cambios o por legar un conjunto de infraestructuras que modifiquen materialmente el lugar para el futuro, otros, más centrados en lo oral, cuestionaban la necesidad de objetos físicos. En aquellas plazas donde la fractura entre sus habitantes recorre varios estratos de tiempo, crear nuevos imaginarios se definiría como la transformación de las formas de hacer y de relacionarse de los vecinos y vecinas sobre un fondo material que no está determinado, y que sólo necesita del azar y la fricción que introducen los proyectos para desvelarse como un nuevo paisaje. A veces, los logros de la imaginación se cifran en reunir la voluntad necesaria para hablar de aquellos problemas para los que, todavía, nunca nadie se atrevió a dar solución.

Algunos proyectos nos devuelven imágenes muy complejas de ciudad donde coexisten varios imaginarios enfrentados a la vez. En otras ocasiones, por el contrario, los lugares adolecen de una falta de identidad y el reto para la imaginación es ahí como aprender a identificar formas con sentido en las humedades de una pared. Un ejercicio de autoconocimiento y autodeterminación por parte de los vecinos y vecinas. Y en el caso de aquellos equipos, los más afortunados tal vez, que han conseguido entreverarse con las dinámicas ya existentes en el barrio, sus aportaciones infunden nueva vida a la comunidad y nuevas razones para el encuentro.

En este proceso experimental no hay mapas ni métodos preestablecidos que guíen con seguridad a buen puerto. No obstante, los mejores navegantes conocidos nunca han necesitado mapas para guiar sus pasos. Muchas de las zonas habitables del Océano Pacífico son largas cadenas de pequeñas islas extendidas durante kilómetros. Cuando llegaron los occidentales a la zona se percataron de que los navegantes no disponían mapas de zonas tan extensas pero que llegaban a sus destinos sin error. Se trasladaban de una isla remota o otra dirigiendo la embarcación en función de la información particular que observaban durante el trayecto: la dirección y la altura del oleaje, la fauna, el movimiento de las estrellas, ciertas formaciones de nubes, así como los reflejos en el agua superficial de la parte inferior de las nubes, etc. Toda esta información aplicada al contexto les permitía inferir dónde podían localizarse islas que ni siquiera eran visibles con prismáticos. Lo interesante de cómo se ha interpretado la navegación polinesia es que hay una confrontación con la lógica del viaje occidental donde existe un mapa y dos puntos que implican un plan racional con el que te sitúas y vas orientándote hacia un objetivo definido por el mapa. El polinesio, en cambio, no tiene mapa sino sabiduría contextual de las características del mar y crea una isla ficticia respecto a la que se orienta en cada momento dadas las complejas relaciones que tiene en la cabeza al haber aprendido los artilugios con los que se relacionan todos los elementos. No tienes plan sino una continua autoexploración.

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