Antes de cada presentación del programa Imagina Madrid, una pregonera recorrió las calles cercanas anunciando nuestra llegada. Además de informar de lo que iba a suceder, la Pregonera recogió también sus impresiones de los barrios. Aquí, el relato que han escrito sobre la Plaza de Rutilio Gacís:

De todos los rincones visitados por los Pregoneros este verano, la plaza de Rutilio Gacís es con mucha diferencia el más vivido y consolidado. Hueco convenientemente acomodado entre la iglesia de la Beata María Ana de Jesús y abigarrados edificios de viviendas, el pasado del barrio es tan remoto que ningún vecino vivo querría contárnoslo: los característicos edificios de la colonia del Pico del Pañuelo, al otro lado de la calle, datan de 1928 y el resto del barrio no parece mucho más moderno.

Llegaban al último día de Imagina Madrid las fuerzas justas, la temperatura excesiva y los ánimos en todo lo alto. La acción pretendió explorar brevemente los alrededores, desde la glorieta de la Beata Ana María de Jesús hasta la Casa del Reloj, y sin embargo bien podrían los Pregoneros no haberse movido del rincón de Rutilio Gacís, que era en una calurosísima tarde de julio el centro demográfico del barrio merced a la sombra de los espesos árboles, merced a una fuente productivísima, merced a la abundancia de bancos prestando servicio ora a familias, ora a adolescentes, ora a yonkis. Así pues, los deseos para la plaza variaban a cada banco: más columpios, más fuentes, menos yonkis.

Lo que no hay en Rutilio Gacís es un bar, una taberna, un chino, algún proveedor de bebida fresca. Casa notable porque caminando en cualquier dirección se encontrará uno con plazas y glorietas llenas de sillas de bares. Eso, sumado al constante murmullo de los niños, le da a la plaza dedicada al dibujante barroco un aire de patio escolar, confortable como unas zapatillas.

Tienen los habitantes del sur de la Arganzuela una socarronería propia y sutil que los Pregoneros pudieron llegar a captar y apreciar. La plaza, esto es así, no parece ser apreciada por nadie. Y sin embargo reunía más gente que todas las terrazas de los alrededores juntas. Sería la gratuidad, sería la sombra. Un grupo de jóvenes celebraban un cumpleaños en un coche aparcado con las puertas abiertas e invitaron a los Pregoneros a una litrona en agradecimiento al acompañamiento musical. Los chavales que habitaban la plaza del amanecer al anochecer, veranos infinitos de la infancia, dieron buena cuenta de las últimas provisiones de chapas.

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