El pasado 4 de octubre tuvo lugar otra reunión entre todos los equipos de artistas que están desarrollando los proyectos de Imagina Madrid. Pensados como un espacio de intercambio de aprendizajes y reflexiones compartidas, las conversaciones muestran como una constante compartida por los diferentes equipos es el constante habitar la contradicción.

Cristina Peralta, colaboradora del programa, escribe este texto en el que recoge algunas de las inquietudes que las artistas manifestaron en relación con su trabajo con las comunidades y el lugar desde el que trabajan con ellas.

Cultura es nombre de conflicto

La cultura no es un concepto unitario. Cuando hablamos de cultura nos referimos a una serie de nociones originarias de distintas épocas y visiones del mundo que se entreveran entre ellas, aunque no siempre trabajando en armonía. Por ejemplo, desde la antropología se entiende la cultura como el conjunto de experiencias, hábitos, costumbres, creencias y valores que caracteriza a un grupo humano —lo que en muchos casos se ha llamado baja cultura o cultura popular—; de la Ilustración heredamos una idea de cultura que se cifra en el progreso universal de la especie como civilización —especialmente referido a la cultura occidental y sus instituciones sociales—; mientras que desde una perspectiva clasicista, la cultura se adquiere a través del cultivo de uno mismo en diálogo con las obras de los grandes creadores de todos los tiempos —esto es, la alta cultura—.

La propuesta de actuación de Imagina Madrid es arriesgada porque atraviesa todas estas nociones de cultura, explorando los límites de cada una y planteando respuestas a los desencuentros entre ellas que surgen en la práctica. Llegados a estas alturas del programa, conflictos como estos, que apenas se vislumbraban desde posiciones más teóricas, se hacen cada vez más evidentes a medida que avanza el proceso de mediación con las comunidades e instituciones públicas. En la reunión mensual del pasado 4 de octubre estas preocupaciones centralizaron el debate que mantuvimos con los equipos creativos al amparo de los árboles de la plaza “más bonita de Arganzuela”.

Ninguno de los equipos ha tenido un aterrizaje sencillo en sus respectivos lugares de intervención, precisamente porque se les identifica como enviados desde un ámbito institucional que es ajeno a la realidad social y cultural que allí tiene lugar. Vemos aquí un conflicto entre la primera y la segunda de las acepciones de cultura. En muchos casos, la relación de las instituciones con los grupos más vulnerables está mermada por la desconfianza cuando no directamente marcada por la violencia institucional. El trabajo de los equipos pasa entonces por crear una nueva relación: una nueva experiencia de la ciudadanía con la administración, otra forma de organización y relación pública. Esta confianza se gana cuando se es capaz de demostrar, no solo que se cuentan con las capacidades para dar lo que se promete, sino que a la promesa subyace una preocupación auténtica por el bienestar del otro. ¿Estará preparada la administración pública de cuidar la relación con el ciudadano con el grado de intimidad que han conseguido establecer algunos de los equipos? A veces el éxito se cifra en la predisposición de una persona para compensar ciertos autoritarismos administrativos. Por desgracia, el camino no deja de estar plagado de ellos, lo que ha obligado a reformular varias de las ideas originales, cuando no a poner en suspenso alguna propuesta demasiado ambiciosa.

Tampoco está libre de conflictos la conjunción entre la primera y la tercera de las nociones de cultura. Llegar a los barrios con una propuesta artística y una programación de actividades resulta una táctica inviable, por más interesantes que puedan ser desde el punto de vista estético o teórico. Los equipos han tenido que dedicar grandes dosis de trabajo a mantener una presencia diaria en el barrio, introducirse en sus dinámicas y convertirse en seguidores del tejido social ya existente. El arte no es aquí un fin sino un medio. Sintomático de esto es que tantos proyectos estén trabajando con materiales inaprehensibles como la memoria. Imagina Madrid demuestra que el arte empieza en mediación estética de las formas de relación, en la necesidad de contarnos y reconocernos a través de imágenes estéticas. Y sin embargo, para el conjunto de Imagina Madrid tampoco deja de revolotear la exigencia de construir objetos que puedan ser llamados “artísticos”.

Poco a poco vamos siendo más conscientes de las contradicciones que nos habitan, de la fragilidad de esto que llamamos cultura.

 

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