- Escucha en el centro de mayores Roger de Flor -

Escuchamos, escuchamos todo lo que suena en nuestro Paraíso (in)habitado: las fuentes, los pájaros, el flujo del tráfico, las voces de los que pasan. Solo escuchando podemos descubrir que esto que llamamos “terreno baldío” está habitado por sonidos pequeños, insignificantes, pero que adquieren significado cuando les prestamos atención. Por gente pequeña, que adquiere su verdadero tamaño cuando nos paramos a escucharla.

Pero hay sonidos que ya no están, que hoy solo existen en la memoria de la gente mayor, los arroyos que corrían por el barrio con su voz de agua, y que ya solo suenan cuando la gente que chapoteó en ellos hace tantos años vuelve a recordarlos. Tampoco se oye ya la cantinela de los vendedores ambulantes, las risas y las canciones de las lavanderas mientras retorcían las sábanas de la gente del otro lado del río, las canciones de los juegos infantiles en las calles sin asfaltar, el rebuzno de los burros que tiraban de los carros, el ruido metálico del tranvía, que sonaba a progreso. Todos estos sonidos hoy solo se pueden escuchar cuando una vecina, un vecino mayor comienza a devanar el ovillo de su memoria, cuando un mayor comienza a contar sus recuerdos.

“Recordar” significa ‘volver a pasar por el corazón’, y eso sucedió el día en que fuimos al centro de mayores de Carabanchel Roger de Flor a escucharlos. Todo lo que ya no está salió de la memoria de los mayores, pasó por su corazón y afloró a sus labios. Allí escuchamos el relato de un barrio que sigue estando en su memoria y que pervive en las placas que recuerdan el nombre de las calles. Allí asistimos a un viaje en el tiempo por el barrio de hace 40 años, que recorrimos siguiendo su índice por los mapas antiguos y escuchando sus relatos.

Todas querían hablar,  todas porque la mayor parte de la gente que vino a compartir con nosotras sus recuerdos eran mujeres. Las grabamos a todas, con su permiso, para que su voz se siga escuchando, para que ese barrio siga sonando y resonando en los oídos de quienes se paren a escucharlas. Todas querían volver a ponerle corazón a esos recuerdos de cuando iban a buscar agua a los pozos porque no había agua corriente, de cuando descarriló el tranvía y descubrieron que el progreso tiene sus víctimas, de cómo cazaban pájaros con liga, de cómo saltaban en los charcos mientras pedían en su canción: “Agua, San Marcos, / rey de los charcos, / para mi cebada / que ya está granada”. Blanqueó su cabello pero su recuerdo sigue teniendo los colores de las tardes en la pradera, de las mañanas en el río, de los tórridos días de sol amarillo incandescente. Blanqueó su cabello pero su memoria sigue nítida y colorida. Con estos colores de su memoria queremos pintar nuestro Paraíso, es su voz la que lo habitará.

<< VOLVER A ENTRADAS