Lo que tuvo lugar durante las dos últimas semanas de junio en la plaza sin nombre de La Vaguada podría denominarse como una conversación extraña. Colgados de los muros de la plaza, los pensamientos de los vecinos y vecinas participantes en los talleres de creación poética ahora interrumpen el transcurrir de las actividades cotidianas y de los paseantes. “¿Dónde está nuestra vida?… En la soledad del desacuerdo” dice uno de estos mensajes en suspensión. ¿Acaso no es extraño que nos sepamos solos y aún así no escuchemos la palabra del otro?

Aunque hace cuarenta años la defensa de la antigua vaguada fue el fundamento para la unión de un barrio contra la especulación urbanística, actualmente el lugar está inundado por un imaginario de vacíos, soledades y silencios. Sabemos que después de años de abandono las palabras no brotan con facilidad, que es complejo recuperar la identidad de lo que ha quedado como una ruina de nuestro tiempo. El taller de creación poética que propusieron Paula Valero y Estelle Jullian pretendía sacar a la superficie la voz de esta plaza, con el convencimiento de que los paisajes de la memoria se construyen a través de la palabra compartida. 

La actividad terminó con una acción de guerrilla, en la que los resultados de la colaboración literaria entre los vecinos y vecinas salieron a la explanada en forma de carteles para encontrarse con el resto de los habitantes del barrio. La pegada de estas piezas suscitó el interés de muchos paseantes humanos y no humanos, intrigados por los mensajes unos y por el ajetreo los otros. Cada una en su esquina, estas frases permanecerán expectantes de iniciar una conversación acerca de la significación del lugar con cualquiera que se deje interpelar por ellas. ¿Conseguirá la poesía revertir el deterioro de más de diez años de abandono paulatino de la zona?

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